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Sérgio Moro já foi ídolo dos eleitores do Governo Bolsonaro

Un año y cuatro meses fueron suficientes para poner al presidente y al nombre más grande de la Esplanada de los Ministerios en lados opuestos. Jair Bolsonaro y Sérgio Moro intercambiaron abrazos, mimos y elogios por acusaciones abiertas en todos los medios. Una situación que elevó la temperatura, ya alta, en el caldero político del Palacio Planalto, reflejándolo en las calles y en las redes sociales.

A diferencia del ministro Henrique Mandetta, que ha dejado el Ministerio de la Sanidad una semana antes sin críticas abiertas ni acusaciones al presidente acerca de las diferencias de posición frente a la crisis del Coronavirus, Sérgio Moro se aseguró dejar el chivo en la cristalería a causa de los posibles intentos de injerencia de Jair Bolsonaro, al cargo de la Policía Federal, por razones personales de su familia.

Esta no es la única diferencia entre los dos episodios que desencadenaron las reestructuraciones ministeriales en el gobierno. Mandetta es un político profesional. Cultivó su gran popularidad en las ruedas de prensa diarias y en las francas conversaciones sobre las necesidades de aislamiento cuando COVID-19 solo había dejado de ser una suposición para convertirse en estadísticas y en una realidad de las ciudades brasileñas. Incluso Mandetta se convirtió en una figura más importante que Sérgio Moro, dentro de la Esplanada de los Ministerios. Él se fue para no ceder ante la presión de poner fin al aislamiento y por no querer adoptar protocolos de tratamiento con la polémica hidroxicloroquina. Después de la entrevista para el programa Fantástico de la TV Globo, “tomó su gorra”, agradeció y se sumergió.

El exministro de Justicia prefirió otro camino. Después de haber sido el primer nombre a ser invitado y confirmado como parte del primer rango del presidente Bolsonaro y de haber sido aplaudido por el grupo de seguidores y votantes del nuevo mandatario, rompió el matrimonio lavando su ropa sucia en público. La TV Globo, que una vez más aprovechó el episodio, pudo transmitir de primera mano, en el prime time de audiencia del Jornal Nacional, el intercambio de mensajes entre el entonces ministro con el Presidente de la República y con otros políticos que pertenecen al círculo de apoyo presidencial, insinuándoles que había muchos otros intereses no republicanos detrás de su renuncia.

Además de este aspecto, tenemos que considerar que Sérgio Moro, a diferencia de su compañero que recientemente ha dejado el Ministerio de la Sanidad, cuando se embarcó en el gobierno, ya tenía una legión de fans por su desempeño como juez a la frente de la Operación Lava-Jato, en la lucha contra corrupción y delitos de cuello blanco, que involucran a los más grandes contratistas  del país y al núcleo del poder del gobierno liderado por el Partido de los Trabajadores – PT. Juzgó y colocó detrás de los barrotes a empresarios, políticos y la mayor estrella del PT, el expresidente Lula, y consolidó el popular grupo de “lava-jatistas” a su alrededor.

Teniendo en cuenta la campaña electoral de 2018, polarizada entre los simpatizantes de izquierda y el discurso de la llamada “Nueva Política”, lo que llevó a la lucha contra la corrupción y la no devolución del poder justamente al PT, mediante la campaña presidencial del profesor Fernando Haddad. Con Bolsonaro elegido, Moro personificó ese discurso dentro del gobierno como ministro. Como resultado de ello, los ” lava-jatistas” desembarcan junto con el exjuez del gobierno, lo que representa inmediatamente una fractura importante en la base popular del presidente, que puede causar daños irrecuperables a los futuros intereses electorales de Bolsonaro en 2022. Sobre todo, pues, con su salida, el exministro deja como legado la suposición de que el gobierno actual no difiere, en la práctica, de ninguno de los anteriores.

El síntoma más inmediato de la renuncia de Sérgio Moro, que ha causado más daño que la salida de Mandetta, fue precisamente que el presidente y la policía antimotines del gobierno federal se propusieron a descalificar en público la figura del exjuez, en un intento de cuestionar su integridad, más que nada tras la filtración de mensajes intercambiados entre personajes del poder. La militancia digital del presidente no escatimó ataques y memes a este respecto. Lo interesante en este entonces es que el gobierno y los miembros del PT se unieron para criticar la postura del exministro, ya que en el pasado, los partidarios del expresidente Lula criticaron duramente la conducta de Sérgio Moro cuando la conversación entre los expresidentes Dilma y Lula, protegida bajo el secreto de la justicia, se publicó a la época en que Lula estaba a punto de ser nombrado el Jefe de Gabinete de la Presidencia del gobierno. A pesar de ello, la imagen de Sérgio Moro creció en las encuestas. Según la consultora Quaest, que monitorea el alcance digital de los líderes políticos, el exministro ganó 196 mil seguidores en Instagram y otros 20 mil en Twitter tras su renuncia.

El hecho es que, aun así, el hervor del momento posterior a la renuncia aún no ha disminuido y parece que todavía puede haber algo de vida por delante. Como juez, Sérgio Moro sabe bien que una denuncia sin prueba no puede sostenerse. Además de los mensajes intercambiados, el exministro se encargó de hacer referencia a la grabación de una reunión ministerial, en la que el presidente reclama al exministro sobre el cambio de mando en la Policía Federal en Río de Janeiro por intereses personales para protección de miembros de su familia, en vista de las investigaciones que se lleva a cabo.

A partir de las transcripciones ya reveladas, existe la posibilidad de que la acusación sea verdadera y relevante, lo que complicaría aún más el presidente Jair Bolsonaro y lo que podría acércale a él un proceso de impeachment, por delito de responsabilidad. La gran lucha del presidente ahora es el cambio de tono de su versión, al afirmar que no estaba hablando de la Policía Federal, sino solo de asuntos relacionados con la seguridad de su familia en Río de Janeiro, argumentos estratégicamente elaborados por su defensa.

Con todos los elementos expuestos, se estableció un tribunal informal, que ahora trata de juzgar con las evidencias que surgen, si el presidente Bolsonaro es culpable por intervenir en la Policía Federal en favor de intereses personales y en el que el exjuez Sérgio Moro trabaja para demostrar que la acusación es verdad. Todo esto sucede en medio de la mayor crisis de sanitaria, económica y social del país. Y como cualquier gran fallo, nuevos episodios están aún por ocurrir que pueden expandir o enfriar el potencial de las denuncias. En juego la continuidad de un gobierno, así como, el ajuste de las piezas en el tablero de las próximas elecciones presidenciales.

Alexandre Bandeira Consultor principal en Strattegia Consultoria Politica, Director de la Asociación Brasileña de Consultores Políticos en DF. Y columnista y analista político de organizaciones de prensa nacionales e internacionales, corporaciones y organizaciones de prensa.